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jueves, 17 de septiembre de 2009

En el suelo donde se sembró semilla verde olivo, Calderón cosecha verde fangoso


Fuente: La Jornada de Michoacán

CARLOS F. MÁRQUEZ

15 de septiembre: silencio… o sólo murmullos de lo que antes fuimos, antes de que el país comenzara a poblarse de ausencias, después de que la violencia desbordara su caudal sobre los de abajo: los de a pie, los que caminan sin escolta, los que parecen no tener otra alternativa. Sin embargo, aquí estamos, ya no reímos de la muerte con el mismo humor negro porque ahora se siente muy cerca, y tampoco gritamos “viva México cabrones” con la misma convicción. Pero parece, en el fondo de las tristezas y los rencores, que algo nos queda, y si la gente sale nuevamente a las calles es porque la necesidad de pertenecer es casi tan fuerte como el miedo a dejar de ser; entonces emerge otra lucha: la sociedad en busca de recuperar la ciudadanía.

I

El megalómano labra una tierra ingrata que no le da frutos, pero ensoberbecido, no se da cuenta que el problema no es la tierra, sino la semilla. Felipe Calderón no logró cosechar nada en su tierra, ni la presidencia de partido, ni una diputación, menos la gubernatura. Entonces resulta una ironía aquello de que “a Michoacán le va a ir bien, muy bien”. El Operativo Conjunto empezó en Michoacán con la andanada de más de 4 mil soldados. Así cayó en este suelo la semilla verde olivo y el presidente sólo cosecha verde empantanado y presagios de muerte.

En los retenes militares instalados entre la Sierra y la Costa se pueden ver soldados que tienen la mirada centelleante como de niños, sus facciones son las de alguien que apenas rebasa la edad necesaria para salir al frente de una lucha asimétrica, sin un combatiente visible, pues éste opera desde el anonimato que lo hace más peligroso. Sus gruesos rasgos, su piel morena, el pelo lacio y erizado con el corte de casquete no desmienten su origen indígena, podría decirse que vienen del sur, de Oaxaca o Chiapas, algunos también de Guerrero.

Ellos quisieran ser niños, pero eligieron ser soldados. Muchos de ellos no tanto por la convicción de servicio o amor a la patria infundados en las clases de educación cívica, sino animados más por el techo, la comida y el trabajo seguro. Pareciera que la leva sigue rondando los pueblos indígenas, sólo que ahora lo hace bajo el disfraz del hambre, la ignorancia y el destino incierto. No obstante, en la “guerra” de Calderón contra el crimen organizado también hay policías federales que se manifiestan por falta de pago. Aunque se jueguen la vida, también hay salarios caídos.

Una jovencita preparatoriana conversa con su amiga en un transporte suburbano: “El Chino mandó preguntarme con su amigo si él me gustaba y qué le digo: me gusta que sean más grandes que yo, que tengan el pelo chiquitito y la raya de la texana marcada en la cabeza. A mí me gustan los narcos”. En las comunidades marginales, con mayor incidencia en las regiones costeras, es casi una convención que las mujeres no se preocupen por continuar sus estudios más allá de la secundaria, pues la expectativa de vida es casarse con alguien de afuera, con un migrante o ser “robadas” por un narco.

“No podemos decir que el recurso humano del narco ha crecido partiendo nada más de la idea de los puritanismos y pensar que el narco es malo por naturaleza. Esa es la idea que nos venden los medios de comunicación, pero nadie observa el contexto social y económico en que ocurre la decisión de una persona al emplearse en ese tipo de actividades, que son empleos límite. El imaginario de una sociedad es ver a este tipo de personajes como si tuvieran una esencia de maldad, nadie hace un análisis de su contexto”, comenta Hiram Maldonado Hernández, psicólogo social y profesor en la Facultad de Psicología de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.

Soldados y narcotraficantes parecen provenir de orígenes no muy distantes entre sí, sólo que unos eligen el camino de la legitimidad y otros el de la criminalización, diferencia que los enfrenta y los asemeja en un escenario de excesos: decapitaciones, levantones y tortura, por un lado, y en la contraparte, los soldados, en su arrebato, irrumpen en casas, amagan con pistolas a las familias y hieren a quien no la debe. Michoacán está en su peor crisis de derechos humanos y el pacto social comienza a erosionarse.

II

Alfredo Sánchez trabajó muchos años como mensajero, hasta que el corazón comenzó a agotarse, a cortarle el aliento. El doctor le recomendó no hacer muchos esfuerzos, así que dejó el ir y venir del humilde trabajo, pero el reposo no era lo suyo, así que laboró un tiempo en la herrería, oficio que le exigía mayores esfuerzos. En la pintura de caballete encontró el sosiego que el corazón le exigía; además, logró que sus pinturas sobre tela se convirtieran en una fuente de ingreso económico para su esposa y sus hijos.

Alfredo, en su modesta pero cálida casa de interés social, hizo sentir el control del padre exigente con sus hijos, aunque fuera de ella era bailador y alegre, “el alma de las fiestas”, como lo define su esposa Margarita Castillo.

No acostumbraba ir con su familia a la verbena popular del Grito de Independencia, pues este festejo patriotero se ganó durante unos años la fama de escandaloso, sólo porque algunos jóvenes que venían de colonias marginales se manifestaban lanzando gatos sobre las cabezas de la muchedumbre y aquello terminaba en desgarriate con algunos rasguños como saldo más grave. El año pasado, Alfredo insistió en asistir al Grito en el centro de Morelia. “Estaba muy necio que quería ir”, recuerda su hija Lorena. Él sólo quería ver cómo estallaba en fuegos artificiales el castillo.

Lorena prefirió ir a un restaurante con sus amigos, aprovechando que el padre estaba de buenas y le dio permiso. Esa noche el tráfico estaba imposible, así que Lorena y su padre bajaron del vehículo en el templo de La Merced para llegar caminando hasta el restaurante en la calle Corregidora, mientras su esposa, su hija y su novio buscaban dónde estacionar el coche, después reencontrarían a Alfredo en la esquina de Madero y Quintana Roo.

Margarita y su hija tardaron más de lo esperado y mientras se dirigían al encuentro con Alfredo escucharon un estruendo, pero no había luces en el cielo, aún así pensaron que había comenzado la quema del castillo y aceleraron el paso, pues el deseo del esposo era ver el espectáculo de juegos pirotécnicos.

Al llegar al templo de La Merced sólo vieron un carro de bomberos y un policía las invitó a retirarse por su propia seguridad. Había estallado una granada en ese lugar. “¡Mi papá, mi papá”, gritaba la hija de Alfredo y su mamá trataba de tranquilizarla: “No m’ija, tu papá es muy listo, vas a ver que corrió para salvarse de cualquier peligro”. La familia vio gente caída, pero Alfredo no estaba.

Regresaron al restaurante por Lorena para buscarlo todos juntos, pero de vuelta al lugar del estallido fue imposible acercase más, los soldados acordonaron la zona y los policías les recomendaron ir al hospital del Seguro Social. El hospital estaba lleno de gente y no obtuvieron nada. Lorena y su madre regresaron a casa con la esperanza de encontrar a su padre ahí; al llegar, la vecina les dijo que encendieran el televisor, pues los noticieros locales estaban transmitiendo las consecuencias del atentado que tuvo una réplica en la plaza Melchor Ocampo.

“Mi hija gritó y dijo: ‘es mi papá, salió en la tele, está tirado mi papá’. Ella estaba llorando muy impactada, yo me negaba a creerlo, hasta que lo vi en la televisión; le pasaban la cámara una y otra vez, muchas veces. ¡Ya no se movía!”, recuerda Margarita la noche en que el tiempo se detuvo para ellas.

III

El tiempo se detuvo en el breve instante del shock, pero después se desató en una vertiginosa sucesión de consecuencias: las veladoras se encendieron para atenuar el desánimo; sin embargo, la incertidumbre abrazó a la ciudad y ésa fue la imagen que el mundo conoció de nosotros. Las amenazas de bomba se extendieron por todas partes los días subsecuentes; mientras, el gobernador Leonel Godoy Rangel, reunido con todo su gabinete, trataba de dar una imagen de fortaleza ante medios nacionales e internacionales que hicieron de Morelia su centro de operaciones. Pero vendrían tiempos electorales.

El 16 de septiembre, tres jóvenes sufren un accidente automovilístico en Zacatecas. Un día antes celebraban las fiestas patrias en Sahuayo, pero de un día para otro se convierten en sospechosos y son aprehendidos como presuntos autores materiales del atentado en Morelia. Las pruebas no son contundentes y la desesperación cunde en el aparato de justicia. El 21 y 23 de septiembre son “secuestrados” en Lázaro Cárdenas, Julio César Mondragón y Alfredo Rosas, quienes permanecen en calidad de convictos en Puente Grande, ahora sí, por su presunta responsabilidad en el atentado del 15-S.

La eficacia en la ubicación de los sospechosos no resulta creíble. Margarita Castillo, aunque deseosa de que haya justicia, no apresura juicios y expresa: “no creo que los culpables hayan sido los que agarraron. Desde que los presentaron en televisión yo los vi todos golpeados y la verdad no son”.

Un día antes de la próxima reunión masiva para celebrar el natalicio de José María Morelos, el 30 de septiembre, Felipe Calderón visita Morelia acompañado por los príncipes de Asturias que vienen a dar un paseo. El centro de la ciudad es una trinchera, con detectores de metal en todas partes y francotiradores apostados en las azoteas. Ahí va el Presidente, sonriente como niño deslumbrado ante la nobleza. En su idilio con el poder, parece no tocar este suelo de Michoacán que se cimbra.

IV

Días después del atentado, las calles permanecen solas, los rumores sobre nuevos ataques se dispersan como pólvora. Aunque los jóvenes quieren resistir en su libertad de transitar el espacio público, la soledad en las calles es la elocuencia del miedo, el corazón de la ciudad ha estallado.

Se viven días de toque de queda no decretados y así comienza a desmoronarse el pacto social, pues a decir de Hiram Maldonado: “lo que nos hace ser sujetos es la interacción y no se da sólo en los espacios privados, sobre todo se da en el espacio púbico, que tiene que ver con una recomposición intersubjetiva de la cultura. Hay una necesidad de pertenecer y sólo se logra con la interacción en los espacios públicos”.

Un año después, a pocos días del primer año sin Alfredo, su viuda, Margarita, no logra reconciliarse con sus pasados placeres de caminar sin temores, sin que se agolpe el recuerdo en el corazón. “La verdad, sí nos da miedo, quedamos atemorizados. Lo que nos pasó a nosotros fue una experiencia muy dura, ya nos detenemos para salir. Vamos a una kermés al templo y sentimos temor, pasamos por el centro y nos da miedo, más en la noche, porque se nos viene todo a la mente y más cuando hay patrullas con las torretas prendidas, como que vuelvo a vivir aquella noche”.

Con la contingencia sanitaria por el brote de influenza en mayo pasado, el gobierno federal promueve un nuevo repliegue de la sociedad, mitiga las reuniones públicas y volvemos a ser entes aislados, temerosos. Además, se precipitan los efectos de la crisis al colapsarse la industria turística y de entretenimiento. “De repente se apuesta mucho a la desestructuración del vínculo social, no sé con qué fin, pero hay teorías que hablan de la violencia preventiva, que es la que prefiere tener a todos en un encono entre grupos a que se unan y generen colectivos o sociedades, porque se ha visto en la historia el impacto que pueden tener las masas en los poderes; entonces, una forma de regular la masa es la vieja consigna del divide y vencerás”, advierte Hiram.

Raúl Ernesto García, también psicólogo social y profesor en la Facultad de Psicología de la UMSNH, reflexiona: “una merma en el espacio público impactaría, de algún modo, en los procesos de convertirse en ciudadano; la ciudadanía se logra en la interacción de lo público. Esa imposibilidad del ejercicio de amalgamarnos como sociedad y como ciudadanos en lo público es otra de las cosas que revelan la serie de descomposiciones por las que atraviesa el país, a pesar de que existe resistencia de la gente en el sentido de que aún así se reúnen, aún así reivindican espacios como pueden, pero es un problema de control social. Cuando es preciso mantener las cosas en orden, no conviene que los espacios públicos sean reivindicados”.

Desde la perspectiva de Hiram Maldonado, no existe actualmente el interés de promover los espacios públicos de interacción, “a menos que sea en la forma administrada de los negocios, los antros”, pero esta forma de socialización ya obedece a otros fines más allá de la convivencia, tal como lo señala Raúl García: “es una forma de escisión y de administración de la ciudadanía, de la vida pública y tiene que ver con procedimientos sofisticados de control social, no necesariamente concientizados, pero sí son aspectos que tienen que ver con la reproducibilidad de relaciones de poder”.

“Afortunadamente, la gente resiste a unos embates y a otros como puede: abriéndose espacios de convivencia, transitando por las calles a pesar de los pesares, yendo a eventuales festejos o actividades públicas. Y creo que eso tendría que ampliarse en la medida de lo posible, a pesar de todo. Al menos está este instante y no todo está perdido, pero no por la inteligencia de nuestros gobernantes, ni por las políticas sociales, sino porque la gente recrea los mundos también como puede y resiste”.

La única gran victoria en el combate al narcotráfico no es del Estado, sino de la sociedad que logró vencer el miedo y asistió al desfile del 30 de septiembre de 2008. Si esta noche concurren en la celebración del Grito de Independencia, quedará de manifiesto que existe una tercera lucha, no es la que sostienen los cárteles de la droga ni la del Estado contra el crimen organizado, sino la lucha de la gente por recuperar la ciudadanía, por reunirse masivamente y decir: “aquí estamos y no tenemos miedo”.

V

Se aproximan las elecciones intermedias para renovar la Legislatura en la Cámara Baja y las piezas del ajedrez político se moverán en el territorio de la lucha al crimen organizado. Legisladores panistas en el Congreso del Estado dejan ver la estrategia a seguir al declarar que existen en Michoacán alcaldes y funcionarios estatales coludidos con el narcotráfico. Los oponentes no alcanzan a ver las líneas que seguirá la campaña del blanquiazul, que ahora no atizará el proceso electoral desde los medios de comunicación, pues la reforma electoral ha cancelado parcialmente esa posibilidad. La consigna, al parecer, estaba trazada desde la propia Presidencia, pues el ex secretario de Felipe Calderón, César Nava, ya como candidato a diputado federal, declaró el primero de junio que Michoacán se había convertido en un narcoestado.

Días antes de la declaración, el 26 de mayo, la PGR detuvo en Michoacán a 10 alcaldes y 18 funcionarios estatales. La estructura del Estado fue utilizada por el partido en el poder como engranaje electoral y el gobierno federal usaba como argumento la declaración de testigos protegidos, mejor dicho: narcotestigos para combatir un narcoestado. Calderón juega con las piezas negras del ajedrez político y ya no es el crimen organizado el único que opera desde el anonimato en esta lucha.

Todo mundo es culpable hasta que no se demuestre lo contrario, es así que un día cualquiera se puede despertar siendo culpable, así se fragmentó la existencia de los presuntos responsables de los atentados del 15-S, la de los funcionarios detenidos en el michoacanazo y podríamos agregar en la lista de los que purgan la condena de haber estado en el lugar equivocado a los jovencitos acusados de asesinar al candidato a diputado en Tabasco. Una vez más, la realidad supera la ficción y el Estado se especializa en montajes como aquel del avión secuestrado por un falso Mesías de la alienación social.

Vivir bajo sospecha, en el foso de un encarcelamiento sin justicia, como sujetos indefinidos que no son culpables, pero tampoco inocentes, eternos sospechosos privados del derecho de un proceso judicial. ¿Y cómo explicar a los hijos, a los hermanos y los padres que la vida se va tras la sospecha?

VI

Cárteles contrarios sostienen un intenso tiroteo en la colonia Chapultepec, a raíz del cual es aprehendido el 10 de julio Arnoldo Rueda Medina La Minsa, uno de los principales líderes del grupo La Familia. En respuesta, el estado convulsiona en una andanada de ataques orquestados por Servando Gómez La Tuta contra instalaciones de la Policía Federal, emboscadas a policías y ejecuciones que durante días consecutivos se efectúan en el mismo sitio de la autopista Morelia-Lázaro Cárdenas.

Felipe Calderón se enfunda el traje de militar, pero no sale al frente, manda a Michoacán 5 mil 500 elementos de la Policía Federal y soldados. La ciudad está nuevamente en estado de sitio: los helicópteros sobrevuelan en círculos las torres de catedral, los tanques y camiones circulan por la avenida principal a plena luz del día, apuntando con sus armas a la ciudadanía.

Hiram Maldonado aprecia en el despliegue militar una ambigüedad del mensaje que el Estado emite: “no sabes si el despliegue de toda la fuerza y la visibilidad del ejercito en la ciudad es un mensaje hacia el narco o hacia los ciudadanos. Yo, la presencia del Ejército en la ciudad sí la viví con mucho temor, no en la forma del protegido, sino del amagado. Más que sentirse en un ámbito de seguridad, me siento en un ámbito de vigilancia”.

En el combate al crimen organizado la violencia se ha despojado de fines prácticos y de la certeza de lo irremediable para volverse un acto pasional, un impulso privado de toda racionalidad. La muerte cabalga sobre la venganza.

El hombre en la silla presidencial también fragua revanchas a distintos niveles: si Michoacán no le dio carrera política, entonces fractura la política en Michoacán; si la ciudadanía dio la espalda al PAN negándole la mayoría en el Congreso, el Presidente propone nuevos impuestos. La marea del rencor va y viene, pero la presión aumenta y amenaza con reventar los diques que ponen freno al malestar social.

VII

El viejo aborda el transporte colectivo con muchas dificultades y, para colmo, le toca viajar de pie. El camión lo maltrata con su andar atrabancado de la hora pico. Una mujer joven observa al viejo y le cede su asiento sin saber que su cordialidad le salvará la vida en unos pocos minutos. Unas cuadras más adelante se escuchan unas ráfagas. El subsecretario de Protección Ciudadana, José Manuel Revuelta, es emboscado y muere junto con sus escoltas a plena luz del día. Una bala perdida le roba el aliento al anciano en el camión. Los restos del funcionario son depositados con honores en el Monumento al Policía Caído, donde también se pueden leer los nombres de César Ignacio Bautista Jiménez y Rogelio Zarazúa. Los restos del anciano descansan en algún otro lugar.

Todas las mañanas, un oficial asignado a la policía turística, que no da su nombre por no comprometer el voto de silencio impuesto por la corporación, deja a su esposa e hijo con el alma en vilo, pues ellos han visto a muchos compañeros caer en esta lucha y no saben en qué momento la fortuna puede darles un revés.

“Todos tenemos temor”, ha declarado el titular de Tránsito estatal hace unos días y el policía turístico reconoce que él, así como sus compañeros, se sienten inseguros, pues por el simple hecho de ser policías “somos objeto de las represalias”. Pero éste es su trabajo, a algunos les gusta y es la manera en que llevan el sustento a su familia.

“No tenemos garantías, estamos en desventaja porque la delincuencia ya rebasó las armas que traen los federales, incluso las del Ejército”, platica quien sólo trae un radio para defenderse, aún así no trabaja con miedo, pero sabe que hay que “traer las pilas puestas”, estar atento y enfrentar cualquier situación.

Cada fin de jornada laboral y de regreso a casa, es recibido con gusto por su esposa e hijo. Las pesadillas llegan incluso antes de dormir, pero él da gracias a Dios por haber librado una jornada más, y es que “antes de ser funcionario público, soy humano”.

VIII

“La gente tiene una noción de inseguridad ante la posibilidad de verse, en determinado momento, en medio de un enfrentamiento o abordados por las autoridades. Pero esa noción de inseguridad no solamente ocurre en cuanto a este contexto; es decir, la gente vive insegura por su situación laboral, por su situación económica y no sabe si mañana tendrá trabajo o si lo conseguirá y eso le hace vivir el momento. Su único recurso es la inmediatez de su realidad”, refiere Hiram Maldonado.

El único recurso entonces es el presente y al no existir el mañana es posible correr riesgos, jugársela en busca de un mejor porvenir, si es que lo hay. Este pensamiento comienza a trocar el miedo en malestar social, pues la gente se siente afrentada, sobajada y engañada, pero esa perspectiva de vida puede ser una bomba de tiempo, más si se toma en cuenta que en algunas comunidades existe una cierta empatía o subordinación al narco. “Hay en la vida cotidiana una especie de personajes que, mal que bien, pueden derivar en una especie de justiciero”, advierte Hiram Maldonado.

“Sí sentimos coraje, porque si traen problemillas entre el gobierno y los narcos, o quienes hayan sido (los responsables de los atentados del 15 de septiembre) porque nosotros no podemos decir que fueron estas personas, que los arreglen entre ellos. Ya es bastante violencia, tanta inseguridad. Creo que deberían pararle tantito. Me da coraje porque, ¿por qué llevarse gente inocente? Uno nada tiene que ver en los problemas que tuviesen ellos”, expresa la viuda Margarita Castillo.

IX

Desde que Felipe Calderón sacó el Ejército a las calles para legitimar su gobierno con la lucha contra el narco, suman ya más de 14 milejecutados. El país se va poblando de ausencias, pero detrás de los ausentes están los vivos, e Hiram Maldonado advierte: “es cierto que dentro de los imaginarios colectivos, en la percepción de la gente, se genera una especie de odio o rencor al grado de que son capaces de votar por la pena de muerte y eso es un indicio claro”.

El psicólogo social se esfuerza en conservar la certeza de que en la sociedad contemporánea la violencia no sea una moneda de cambio, “pese a la desilusión del orden social porque vivimos casi en un Estado fallido y difícilmente creemos en una promesa política, difícilmente se puede tener confianza porque vivimos con dudas, con incertidumbres”.

Raúl Ernesto García apuesta por la recuperación del espacio público como una forma de conjurar la violencia del Estado y el narco, de lo contrario, “podría haber todo tipo de depauperación de orden ético o moral al calor de este aspecto específico, que es la muerte que se da de familiares cercanos o gente allegada, y eso hará más daño y tendrá otras posibles consecuencias añadidas si no hay un planteamiento de reinvención de la sociedad y de la composición política en los gobiernos que tenemos. Resentimientos los hay y los habrá, pero la única cura posible no es el castigo a esos que quieran tomar represalias, sino la implementación de otro tipo de acciones a nivel social con un pensamiento de Estado diferente”.

La memoria de los caídos perdura en la existencia de los afectados y de ello da cuenta Margarita Castillo, que se esfuerza por mantener la fortaleza ante sus hijos después de la muerte del padre, pero lo irremediable termina por resquebrajarla: “yo me siento más desprotegida porque se me hace difícil sacar a mis hijas en edad adolescente. Yo soy padre y madre a la vez, pero hace falta la mano dura del padre. El gobierno ha prometido pensiones vitalicias, el dinero sí es necesario porque lo saca a uno de apuros, pero la verdad yo preferiría… cambiar la ayuda por mi esposo. ¡El dinero no es la vida!”

Lorena, quien sólo conserva de su padre una fotografía, expresa sin borrar su transparente sonrisa involuntaria: “me hace falta todo, desde los regaños a los consejos, porque el papá siempre va a ser muy importante. Tardas mucho tiempo en darte cuenta de las cosas, en asimilarlas y sí, me hace falta mucho, muchísimo”.

Felipe Calderón tiene una deuda con los muertos de su guerra, que no sabe cómo va a saldar, pero no será con sangre, no con nuestra vida.

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